martes, 1 de octubre de 2013

Construir un diccionario histórico requiere —también hoy— de una paciencia infinita, porque las palabras se anudan unas a otras y a veces la cuerda que las enlaza no se termina nunca. El cañón denominado “lombarda” (seguramente porque procedía de Italia) se transformará a partir del siglo<TH>XV en “bombarda”, y de ahí saldrán luego “bombardear”, “bombardero” o “bombardeo”, y hasta se llegará regresivamente a dotar a “bomba” de la acepción de “proyectil”, distinta de aquella que servía para garantizar el riego. De modo que un fino cordel anuda a la lombarda, al avión que bombardea, al que lanza las bombas y al que se apunta a un bombardeo; mientras que por otro lado se enlazan la bomba hidráulica y quien la maneja, que ya no es un bombardero sino un bombero. El fuego y el agua se intercalan en la historia de la palabra.

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